El inicio del año 2018 fue genial.
Después de muchos años pudimos con la familia poder irnos de vacaciones como nos merecíamos. Salimos de viaje a Coquimbo, donde la familia nos recibió con los brazos abiertos.
Más encima tuve la posibilidad de postularme al Programa de Mentorías de la PUCV-CPEIP, al cual quedé seleccionado.
El Primer Semestre de clases fue espectacular: En el Colegio Pampilla empezaba con jefatura de un nuevo ciclo de estudiantes hasta Cuarto Medio. Unos estudiantes de Séptimo Básico súper simpáticos, buena onda y con ganas de aprender. En el IMCO seguía con mi jefatura de 2°Medio y con gran éxito de las actividades culturales que tanto me gustan realizar, con, por ejemplo, la visita del escritor Francisco Ortega para el Día del Libro y la Lectura.
Todo iba tan bien.
Hasta que ya no lo fue más.
El primer semestre terminó bien, pero el Segundo Semestre empezó de la peor forma posible.
Tenía una Taller Audiovisual, en el que ocupamos una sala para poder tener nuestros equipos y en la cual cerré las ventanas con afiches y pendones para limitar la luz. Por temas de lluvias, un curso de otro edificio debió ocupar la sala para hacer clases. Y como todo curso empezaron a dejar la sala hecha un asco, tras lo cual reclamé a la profesora jefe, inspectores, director e incluso hablé con los estudiantes. Sin embargo nunca hubo una solución. Hasta que uno de los pendones que tenía mi cara, ya que presentaba películas en un Centro Cultural, descubrí que lo habían rayado y pintado. Me molesté.
Publiqué en redes sociales lo que sentí como afrenta. Y fue el armagedón.
Ataques y apoyos no se hicieron esperar. Grupos se enfrentaron en mi defensa y en mi contra. Fue horrible.
Pero lo peor estaba por llegar.
A la mañana siguiente un apoderado de ese curso me envía de manera privada una nota de amenaza con perjudicar mi carrera y profesión.
Y colapsé.
El resultado fue una severa depresión que me hizo estar con Licencia Psiquiátrica todo el Segundo Semestre del 2018. Un año que había empezado genial, se transformaba en el peor que he tenido como docente.
Cuando empecé con las licencias, estas iban de 15 días cada una, hasta que por fin pude tener hora médica con un especialista. Éste me dio la primera licencia de 30 días, la cual no la podía creer. Esa noche no pude dormir, porque pensaba siempre más en mis responsabilidades docentes, que en mis responsabilidades personales. Pensaba más en el trabajo que en mi y en mi familia. Fue una noche horrible y el día siguiente igual. Mi mente me repetía "¿Qué voy a hacer con todas las cosas que tengo que hacer en el colegio?" hundiéndome más y más en la depresión.
Fui atendido en el Consultorio, donde me daban de manera gratuita las pastillas que me recetaba el psiquiatra. Empecé a convivir con la Sertralina, pero al tiempo me la tuvieron que cambiar por mi amiga Venlafaxina, ya que la primera me hacía funcionar sólo durante la mañana. Probé también la Clonazepam, pero casi me mata (a lo que mi psiquiatra casi me pegó por haberla tomado sin su consentimiento). Tomaba también pastillas para dormir, pero casi nunca me hicieron efecto en esa época. De todas maneras, desde el 28 de Julio hasta el 18 de Septiembre de ese año, no recuerdo qué hice. Ni siquiera recuerdo el cumpleaños de mi madre, que está entremedio de esas fechas.
Creo que empiezo a recordar desde el 18 de Septiembre porque es la fecha en que me empiezo a dar cuenta que esta enfermedad iba para largo y que si quería volver a ejercer la profesión que estudié y amo, debía empezar a entenderme, cuidarme, respetarme y darme los tiempos necesarios para sanar. Es ahí cuando de verdad empiezo a reconstruirme en pos de volver a ejercer mi profesión y sobre todo como persona. El darme cuenta que esta enfermedad no se iría solo con dar vuelta la página, sino que debía entenderla y trabajar para superarla.
Junto al apoyo de mi familia, logré superar esa etapa y comprendí que si quiero ser el mejor profesor del mundo, también me debe importar cómo me siento al entregarme en mi labor.
La depresión docente es real. Pero se puede superar.